18 septiembre, 2011

LA TRAGEDIA CÓSMICA



Él se lo susurró al oído (adoro saber que no llevas nada debajo) y ella sintió como una descarga eléctrica le recorría lentamente la espalda.

Apenas le sonrió... y entrecruzó las piernas.

Se miraron a los ojos y él la besó apasionadamente.

Los relojes, como antaño, importaban.

Él perdió sus manos bajo los pliegues del vestido y se alegró al saber qué ella lo recibía con un suave camino perlado de humedad y calidez.

No se detuvo.

Venció el peso de su cuerpo sobre los brazos y los flexionó hasta llegar a besar sus entrañas.

Ella le recibió con un grato y suave estremecimiento.

Él la besaba con tranquilidad y permitía que su lengua se adentrase con sigilo y despaciosamente por sus profundidades.

Ambos sabían que esa era su única verdad... y que, de un modo inexplicable, era la mayor de las mentiras.

Ella le oprimía con una firme presión que transmitía el recorrido de la tensión y el placer.

Él no deseaba más que sobre el planeta impactase un enorme meteorito que iniciase la tragedia cósmica.

Y que todo se interrumpiera antes de finalizar...

Ella descargó tres espasmos.

Y la alarma les devolvió a la cruda realidad de anotaciones rojas en páginas de agenda...

De nombres en clave.

De esquinas escondidas.

De amores novelados.

A una realidad que se emborrachaba de la tragedia en un universo amenazado de muerte.

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