07 septiembre, 2011

LLAMADAS



Él envió un correo electrónico que contenía una invitación directa y sorpresiva para una cena esa misma noche.


Sabía que ella comprobaba su buzón de entrada a tiempo real, por lo que cada segundo sin contestación le acercaba un poco más a la negativa.


Descubrió, con cierta sorpresa, que sus manos sudaban.


Y, de súbito, en la esquina inferior derecha de la pantalla, apareció un aviso de la respuesta que estaba esperando.


La abrió con celeridad y leyó con rapidez.


Sonrió.


Descolgó el auricular del teléfono mientras confirmaba el número del restaurante.


"Sí, por favor. Le ruego que la ubicación de la mesa sea lo suficientemente apartada".


Silencio.


"Por supuesto. Dos personas, a nombre de..." y pronunció dos palabras que denominaban a la figura literaria femenina más esquiva y susceptible de provocar, a iguales partes, embeleso y perdición.


Desgranó, con lentitud, su número de teléfono, primero tres cifras y, las seis restantes, agrupadas de dos en dos.


Se despidió con una impostada corrección.


Apretó el botón de inicio del reproductor del ordenador y la voz desgarrada del intérprete le recordó algo.


Se deshizo de los auriculares y tomó, nuevamente, el teléfono.


"Puede que hoy llegue un poco más tarde...".


Silencio.


"Claro. No te preocupes. Ve a esa cena. Te hará bien salir y despejarte un poco".


Y, con mimo, situó el auricular en su espacio.


Sonrió... y desconectó su teléfono móvil.

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