25 octubre, 2011

NIHONRYORI


A D. José Aróstegui, por la certera (y sutil) precisión. Suyo. Siempre.

Se adivinó siguiendo el recorrido del plato de niguiri de salmón, en su camino mecánico por la cinta transportadora.
Recordó el agrio sabor del tequila.
Se antojó ebrio, recorriendo las callejuelas oscuras de esa ciudad desconocida, golpeando su cuerpo en cada recoveco.
Antes había acaecido aquel dudoso episodio de whisky y vidrios rotos, y un duelo a muerte, con palabras malsonantes, aderezado con la música de fondo de Johny Cash.

Ahora, absorto en la procesión de platos orientales sobre el camino construido, temía que no existía más opción que continuar huyendo.

Desde la quietud de la insana intoxicación etílica, con la vista suspendida en un ayer elocuente y no necesariamente evocador.

Enfrente, una joven pareja se dedicaba carantoñas y él construía, con la servilleta, un ramo de flores...
Papiroflexia - se dijo.

Nadie colocará flores en mi tumba... porque no llegaré a caer tan bajo -y la frase adoptó la forma de estrofa en su cabeza.
Necesitaba algo más de alcohol.
Pidió una cerveza, y la camarera le ofertó dos marcas inexplicables.
Contrariado, se levantó de la incómoda silla de plástico y derrumbó la arquitectura gastronómica en movimiento.

La sala quedó en silencio.

Él tiró unos billetes arrugados... y se marchó.

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