29 octubre, 2011

MUERTE MODERNA



Puede que fuéramos más felices cuando desconocíamos el significado de la palabra implementar.


Sí.


Cuando nuestro discurso no se hallaba salpicado de términos anglosajones que adoptan los más variopintos significados.


En aquellos instantes en los que la urgencia se personificaba en una tétrica llamada telefónica a altas horas de la madrugada y no, como ahora, en el intermitente parpadeo de una luz roja en nuestro dispositivo electrónico. Esa hospedería en la que cohabita la correspondencia pendiente de ser tramitada con las fotografías de nuestro últimos viaje transoceánico.


Sí.


Igual nos equivocamos al acceder a este expreso, veloz e inmisericorde, en el que, ni tan siquiera, nos han ofertado un billete de vuelta.


Miramos por la ventana y las estaciones en las que debieran de acometerse paradas han sido asoladas por el terror.


Es curioso, sonreíamos más cuando nuestra cartera pesaba menos y concedíamos una importancia muy liminal al hecho de que la tarjeta de visita estuviera impresa en ambas caras, en distintos idiomas.


Anoche, cuando las estrellas simpatizaban con la canción desafinada del otrora brillante vocalista, calculaste el precio satisfecho a este gigante que no dudaría en aplastarnos sin deparar una fugaz y última mirada a los ojos.


Maldita sea, perdimos la incertidumbre y la ilusión de introducir la llave en nuestro buzón, a la búsqueda de algo más que facturas.


Quiero creer que nuestros dedos aún sentirán dolor al sentirse exigidos por el mantenimiento de posiciones que, no hace tanto, se erigían en ejercicios propios del más avezado contorsionista.


Despedimos a nuestros sueños, conforme el número de guarismos que poblaban nuestro recibo de salarios crecía (en un acto coetáneo a nuestra posición de genuflexión).


Ya no sonríes cuando escuchas el timbre de aviso de tu teléfono móvil.


Habitamos indumentarias a medida que esconden el resquemor de nuestros castigados cuerpos y nos miramos a espejos sin reconocer la imagen que nos resulta devuelta.


Estudiamos las innovaciones cosméticas para no descubrir, al exterior, los impactos que las noches sin dormir dibujaron en el contorno de nuestros ojos.


Nos especializamos en extensas cartas de comida oriental y preterimos el suave y sutil amor con que se trabajaron los platos cocinados en la estrecha cocina de un apartamento casi inhabitado.


Quizá ya ni el delicado sabor de este malteado que pacifica nuestras sienes nos repare como la primera vez.


Nuestra muerte no dejará rastro, decidimos que nuestra vida tampoco lo hiciera.


Ni siquiera alguien se encargará de guardar nuestras cartas de amor en una vieja caja de hojalata.

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