30 octubre, 2011

EL CAMPO DE LAS FLORES

Parecía un campo de flores, salpicado de los más puros y evocadores colores en una auténtica e irrefrenable tormenta de arcoiris en buena amistad.
Las parejas de enamorados paseaban, con parsimonia, embeleso y sonrisas cómplices, al amparo de los rayos de un sol plácidamente cálido para lo avanzado de la estación.
El hombre de la esquina lo observaba todo con detenimiento, permitiendo que su vista enfocase los detalles, para abrir a un plano más general en el que el escenario se introducía hasta las calles que, como ramificaciones, confluían en la bulliciosa plaza.
Y apuntaba, con el trazo hábil de su lapicero afilado, bocetos que, luego, abandonaba para iniciar, frenéticamente, alguna nueva creación.
De repente, todo se quebró a la velocidad inesperada de un rayo que cae, desde el cielo, en el medio de ningún lugar, sembrando, a iguales partes, de luz y miedo su alrededor.
Una sombra negra, fugaz y ágil, se encaramó a la fuente, concretamente a la estatua ecuestre que la coronaba, rindiendo homenaje a alguna victoria, en campo de batalla, que, a buen seguro, se cobró vidas olvidadas por el escultor... y por la Historia.
La confusión se hizo dueña de la escena y, por doquier, algunos huían, otros lloraban y, los más, permanecían absortos, observando las bombas que rodeaban el cuerpo del hombre que gritaba desde lo alto de la fuente.
Solo el hombre de la esquina mantenía la tranquilidad, terminando los detalles de una pistola que se asomaba por la ventana.
Justo cuando se oyó el sonido de un único disparo.

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