22 octubre, 2011

LAS NOTICIAS


Atesoraba aquellos papeles entumecidos por el tiempo como una joya de incalculable valor.
Mantenía una rutina estricta.
Cada sábado por la mañana, una vez que había disfrutado de un frugal desayuno, las más de las veces un café recalentado apenas cortado con un hilo de leche fría, abría la caja de madera y, con sumo cuidado, los extraía.
Los desplegaba, uno a uno, hasta que cubrían la mesa del salón y, solo entonces, descorría con, parsimonia y ritual, la cortina, para que la luz penetrara en la habitación, inundándola de luminosidad.

Entonces, se sentaba y permitía que su mirada los analizara, primero de un modo global y, después, deteniéndose en cada uno de ellos, siguiendo una mecánica cronológica, recuperando cada evento según fue narrado en aquel corto espacio temporal.
Y los recuerdos se apretaban en su mente, como el gas de una bebida que ha sido agitada empuja el tapón con presunción y fiereza.
Al acabar, indefectiblemente, cuando volvía a recoger los papeles y anudarlos en una goma elástica, las lágrimas bañaban su rostro.

Recuperaba la última imagen de ella, tranquila y confiada, justo antes de coger su bolso y marcharse.

Para no volver... jamás.

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