28 marzo, 2009

LETRAS DE TANGO


"Cuando la suerte que es grela, fayando, fayando, te largue parao; cuando estés bien en la vía, sin rumbo, desesperao; cuando no tengas ni fe, ni yerba de ayer, secándose al sol; cuando rajés los tamangos buscando ese mango, que te haga morfar. La indiferencia del Mundo que es sordo y es mudo, recién sentirás" (Enrique Santos Discépolo. Yira, yira).

Aníbal bebía licor con ese ritmo ajeno que olvida que el tiempo camina inexorablemente hasta algún tipo de final.

Las bailarinas fumaban tras el show y alzaban sus miradas en busca de algún millonario rezagado que prefiriese la nocturnidad al calor de un hogar repudiado.

Aníbal seguía bebiendo. Su sombrero, cuyo fieltro conoció la victoria de Argentina en el Mundial que disputó como local (bendito Mario Alberto), presidía la mesa.

"Doctor... Discúlpeme -le dijo el mozo. La casa va a cerrar".

Aníbal levantó su corpachón, a duras penas, se adecentó el sombrero y miró a las bailarinas (la debacle es inexorable en términos físicos, pero no siempre mentales). Sostuvo su porte y se despidió con un más que sentido: "Ahí va Aníbal, el genio del arrabal".

Pero Aníbal degustaba ese dolor intrínseco del que ha estado arriba, saboreando las mieles de la gloria, y cuando el declive presentó sus respetos al otrora victorioso, apuesta por la elegancia y la dignidad, sin abandonar la crudeza de una batalla que ya no está configurada para él.

En la tapia de enfrente del local, un hombre arrancaba los carteles anunciadores de los conciertos, para pegar los más actuales.

Antes de hacerlo, castigado por el engrudo y las capas de papel colocadas sobre él, apareció un viejo cartel, letras cuadradas de imprenta y una leyenda: "El genio del arrabal en Corrales Viejos". Aníbal detuvo al hombre y evocó aquella noche, que acabó dos días después.

Aníbal sintió presión sobre su brazo derecho, como un sobrio desplazamiento. Respetuoso pero firme.
Prefiero no aguantar para conocer el cartel que le taparía.
Deambuló por el barrio, un par de cuadras más, buscando un vaso de licor y una mesa en la que dejar que la vida continuase su curso.

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