16 marzo, 2009

MIEDO


"¡Por piedad!, ¡Tengo miedo a quedarme con mi dolor a solas!" (G. A. Bécquer).

El crujido, inclemente en la madrugada, de los peldaños de madera de la escalera de acceso al hogar...

El terrible aullido de un animal (indefinido pero victorioso) durante una noche de tormenta (con amplísimo aparato eléctrico).

El descenso vertiginoso de la sangre que emana de una bolsa opaca, mientras un hombre tocado con sombrero callejea, lentamente, entre la nebulosa.

El sonido (mantenido) del silencio (si lo hay; sí, lo hay), durante tres segundos, en una conversación telefónica pretendidamente trascendental.

El hormigueo propagado por la vías del tren y sentido cerca de las sienes... mientras un pequeño jilguero se posa en tu hombro izquierdo.

El lento caminar, unido a una mirada esquiva y digna de compasión, de un niño que, con las ropas ajadas, parece ver más allá de lo vivido.

La estantigua (palabra más bella del lenguaje castellano según L.M. Panero) que, según el relato de un viejo amigo, adereza las noches junto al riachuelo del bosque.

La ansiedad que supura mientras se procede al rasgado del sobre y el desplegado del papel que contiene el resultado de las últimas pruebas de salud.

Y la respiración acelerada del cuerpo (desnudo) que dormita junto al tuyo... hasta que recupera su ritmo habitual.

La imagen de la espalda, acariciada por su melena, después de decir el adiós definitivo...

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