26 marzo, 2009

PASEOS


Ayer desayuné con las fotografías de tu paseo, entre vacas, por la ciudad... junto a él.

Aprovechabais el dulce sol primaveral, que aún calienta sin molestar, para conquistar, entre las aceras, los restos de la jornada dominical.

Tu pelo continuaba mostrando su punto radiante como el ave fénix que, sabedor de su calidad, retorna al lugar que jamás deseó abandonar.

Incluso la complicidad de su mirada al despedirse es menos dolorosa que tu mano cuando acaricias los únicos nudos que su lacia melena podría presentar.

Pensé en contactar con el periodista que firmaba la noticia. Continúo sin comprender la razón por la que tituló la información con un vacío, y simplista, "Romántico paseo".

En el trayecto hasta Texas, además del disgusto de haber perdido una guitarra, me encontré con tu antiguo (y pretéritamente amado) novelista que, sonriendo (supongo que a él no le sorprendieron las imágenes), me recomendó unos tranquilizantes. "Conozco de tu miedo a volar" -dijo. Y se marchó a su asiento, varias filas atrás.

Después del concierto, consulté mi correo electrónico y encontré tu e-mail.

Al lanzarme sobre la cama del hotel, rebusqué en la maleta hasta encontrar el libro de E. M. Cioran, la edición que me regalaste la noche en que prometí no volver a envenenarme.

Dejé el libro en la mesilla de noche. Intenté dormir, pero fue en vano.

Las magdalenas de aquel desayuno me provocan, todavía, accesos de vómito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario