19 marzo, 2009

MUÑECAS


Cerró su maleta, suspiró, y tras mirar al cielo en busca de una respuesta que, de antemano, conocía no le iba a ser proporcionada, encendió su reproductor de música portátil... Nick Cave.

El automóvil continuaba ascendiendo por la escarpada pendiente, con las ventanillas abiertas y el viento entrelazándose por su corta melena. La estación de radio anunciaba el single del nuevo disco de Tom Waits...

Cuando coronó el puerto, la tarde se empeñaba en aguantar su reinado frente a una noche que comenzaba a adueñarse, despiadamente, del protagonismo principal.

El único bar de la villa estaba prácticamente despoblado. La camarera limpiaba en su mandil el rostro de una antigua muñeca de porcelana.

Los labios rojos del juguete destacaban ante la pulcritud y limpidez del resto de la cara. Un rostro triste e inquietante, como el de casi todas las muñecas.
Tembló, y sólo la música del viejo Van Morrison, que suavemente llenaba el silencio reinante, le hizo cambiar la compostura.

"¿Podría decirme dónde está la carretera a ...?" - intentó preguntarle a la mujer.

"Sí, podría hacerlo... pero usted y yo conocemos que no llegará a su destino".

El hombre abandonó el lugar sin despedirse. Ensimismado.

Con lentitud, encendió el vehículo y comenzó la bajada del puerto.

No trazó la segunda curva.

Cuando, varios días después, un lugareño comentaba la noticia del desafortunado accidente en el bar, la mujer continuaba limpiando la cara de la muñeca.

Sus labios, quizá no tan sorprendentemente, habían perdido todo su color.

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