29 marzo, 2009

EL DESVÁN


En mi desván, dormita un monstruo...

Es un animal tranquilo que ha ocupado la estancia inferior. Al amparo de la oscuridad del único habitáculo del hogar al que no llega la luz eléctrica, se mantiene como un rey en sus aposentos.

Anoche, de madrugada, después de haber sufrido un pequeño colapso físico (quizá debido a la mezcla indebida de sustancias), me refugié en el desván, buscando un silencio y quietud que intuía podía ser rápidamente quebrantado en las habitaciones de arriba.

Con el temblor y la incertidumbre corriendo aún por mi cuerpo, me senté en uno de los peldaños de la escalera y lo que, en principio, parecía mi propia respiración acelerada, pronto se descubrió como una presencia aneja (y no necesariamente ajena).

Vi como el monstruo adelantaba su rostro hacia mí, perturbado por el incordio de mi repentina visita.

Apenas nos dirigimos una mirada cómplice que nos iluminó el rostro. Agaché, entonces, mi cabeza entre las piernas, dejando que el pelo tapase toda mi faz.

El monstruo acercó una de sus garras a mis piernas y noté un frío glacial que, sin embargo, surtió en mí un indudable efecto reparador.

Entonces, como en un susurro humano, creí entender: "Te envidio. Tú aún tienes un desván en el que aislarte (o al menos convivir) con tu horror".
Cuando desperté, un mínimo rayo de luz se colaba por la rendija de la puerta... y el animal no estaba allí.

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