25 junio, 2011

EL GATO



Ellos no lo vieron.



El gato, con mirada asesina, asestó un fiero mordisco a su presa.



Algunos continuaban tecleando.



Absortos.



En una vorágine de informaciones urgentes y de cabeceras y primeras planas.



El felino permanecía feliz.



Satisfecho de sus dotes de elegancia cazador.



En algunas pantallas aparecían las fotografías de un conjunto de jugadores que festejaban un ascenso en un monumento público.



En otras, las columnas de opinión se maquetaban, equivocando letras capitulares que iniciaban párrafos de farragosa disertación.



En su mundo, victorioso, el animal mantenía entre sus fauces el cuerpo aún vivo, pero inmóvil, del pequeño pájaro.



Las papeleras estaban repletas de vasos de papel con restos de café, cuyos posos dibujaban enrevesadas siluetas de ininteligible significado.



Agosto ascendía el mercurio de los termómetros hasta límites insospechados.



Entonces, magnífico y sublime, el gato se personó, lentamente, en el centro de la habitación.



Apretó sus mandíbulas y el piar de su presa despertó a todos de su monótono teclear.



Alguien pretendió inmortalizar el momento en una cámara digital.



Fue tarde.



Tras principiar una sonrisa, el gato soltó al pájaro y lo vapuleó con sus garras, hasta hacerlo unos añicos dignos para ser digeridos sin dificultad.



Y, pasados veinte segundos, en la redacción alguien pidió una fregona.



Mientras el murmullo monótono de los teclados de ordenador interpretaba una sinfonía de indiferencia.

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