05 junio, 2011

EL SASTRE ASESINO



El sastre guardaba un afilado cuchillo junto a su metro de madera.
El instrumento (el métrico) se hallaba erosionado en sus laterales, redondeado por el paso del tiempo, conformando una especie de rara vara de avellano con la que el profesional señalaba a todos los lugares imaginables.
El arma (también de proporciones considerables) se encontraba disimulada junto con otros útiles del arte de la sastrería.
El timbre de la campana repiqueteó, mientras la puerta sonaba con un chirrido estridente.
El hombre pensó que había vuelto a olvidar la compra del aceite.
El cliente apenas saludó.
El sastre abrió el cajón levemente.
"Quiero que me tome las medidas".
Existe expresiones tan confusas, meditaba en silencio el sastre, que habrían de ser pronunciadas con mayor cautela.
El cuaderno, encima de la mesa se fue llenando de anotaciones y dibujos casi indescifrables.
"Lo necesito para un gran evento".
El sastre continuaba su trabajo, mientras por su cabeza daba vueltas una frase que aludía a que el único e inevitable gran evento es el último... y definitivo.
"Usted quizá no lo recuerde, pero su padre ya era mi sastre".
Pero el sastre sí lo recordaba.
Solo en ese momento el cliente percibió algo extraño en el ambiente.
El sol, del recién iniciado verano, se filtraba por las rendijas de una persiana desvencijada en exceso para un local abierto al público.
"Vendré a recogerlo en dos semanas"- ordenó el cliente.
El sastre apenas le dirigió su mirada.
Y apuntó en el libro pagado... aunque no había recibido ningún tipo de adelanto.

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