08 junio, 2011

SU TIEMPO


Estaba tumbado en su casa. Sabía que todo podría haber sido distinto y que, sin embargo, no lo fue. No buscaba culpables. No era tiempo de ganadores. Quizá bebía, sin amargura, el pesado licor de la tristeza. Su mente era sobrevolada por ideas furtivas robadas a un poema inédito de Nabokov. El roce aterciopelado de las sábanas le adentraban en su particular calvario. No iba a amanecer. No era tiempo de ganadores. No había relojes que atestiguaran la sucesión cronológica. Ella habitaba universos paralelos, preñados de flores que explotaban de color con la llegada de la primavera. El suelo estaba húmedo y viscoso. Era sangre. En su brazo aún sentía el escozor de la goma arrastrando por su piel al ser desanudada. Ya ni siquiera se interesaba en saber dónde dormiría ella. De fondo, y aunque el reproductor musical estaba apagado, se escuchaba un tango de Cadímaco. No había lugar para las batallas. Nunca lo hay cuando éstas han sido perdidas. Quería pronunciar palabras pero sus razones se escapaban, rápida y vertiginosamente, por sus venas abiertas. No era tiempo de ganadores. De hecho, ya no había tiempo.

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