03 julio, 2011

EL RETRATO PASADO



La luz eléctrica baña la habitación.



La ciudad escupe fuego desde el cielo. Rebota en el suelo y asciende en un peregrinaje constante hacia la cúspide.



El reloj digital cambia, repentinamente, la hora y el día.



Los muelles de la cama despiertan su quejido rítmico y herrumbroso.



Es un día intermedio de la semana del armisticio.



De fondo, tan solo se escucha la madrugada.



La estructura metálica soporta libros pendientes de lectura, discos estuchados en cajas de plástico y adornos incomprensibles de lugares universales.



Las luces de los edificios de enfrenten, que se dibujan desde el tremendo mirador del ventanal, saludan la noche con intermitentes apagados y encendidos.



Las furgonetas lanzan los periódicos de un mañana que ya es hoy.



La luz cenital se quiebra en repentino apagón, posiblemente provocado por el impacto de un objeto contundente.



Las sirenas de la policía alarman sobre la huida de las fieras del zoológico.



Ambos saben que su mundo compartido se encuentra dirigido por leyes que, más que diferentes, resultarán incohonestables.



Todo ocurre impregnado por la velocidad y la excitación.



Y, en el fondo, coronando alguna privilegiada esquina de la estructura metálica, el pasado sonriente de un presente que saltó en mil pedazos y cuyo futuro es tan dudoso como predecible.



Los ascensores no se detienen en los pisos impares.



Los dibujos en los libros no siempre descubren lo que quieren revelar.

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