10 julio, 2011

LA PALABRA PERDIDA


Vamos a dejar que sean las palabras perdidas las que relaten la historia.

Los periódicos afirmaban que dos noches de lucha no alterarían el sentido de la batalla.

Mis planos, seguramente, estaban errados.

Puede que la música de la madrugada fuese, en realidad, el letárgico despertar del amanecer.

La velocidad de percepción de los acontecimientos disminuye conforme nos acostumbramos a la delgadez de la línea del precipicio.

Si me buscas entre los derrotados, al menos, hazlo por los restos de cadáveres que quedaron sembrados en el infinito armisticio firmado por lo que nunca conocieron el sabor de la derrota.

Si algún compositor dedica su tiempo a componeer la melodía de nuestro pesar, entrégale el dulce staccato del puñal que resquebrajó mi interior.

Cuando, de modo inquietante, percibas que tus sueños son sobrevolados por el infalible hálito de los recuerdos, olvida cerrar tus párpados y camina descalza el rudo sendero de los insomnios.

Descubrirás cómo el firme araña la estabilidad de la piel de tus pies y, de un modo constante, desequilibra la presteza de tus movimientos hasta dirigirte a un naufragio mudo y quedo.

Interroga al viejo de la esquina si deseas persuadirte de que compartimos aquellos pasos que se separaban como los mares asustados por el galopar de los caballos.

Y recupera una sola palabra.

La que rompa, con sencillez, el candado que aprisiona los silencios.

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