17 julio, 2011

LA TIERRA DE LOS CAMINOS



Escudriña los recovecos de palabras aparentemente inofensivas.


Descubrirás que, como en el atrezzo, la vuelta de los objetos esconde lugares más atrevidos y desconocidos.


Cuando accedas al universo onirico, no olvides depositar, en la cancela de entrada, tus seguridades y tus más firmes convicciones.


Hínchete de valor y tolerancia. Serán tus más útiles aliados si la representación transita por unos lares improbables en la arquitectura realista de la misma noche.


Y, después, en el frío sudor del sobresaltado despertar, tratarás de recordar dónde estuviste, el lugar que ocupaban aquellos objetos, las palabras dichas, los testimonios revelados... pero todo se encontrará cubierto de una más que espesa nebulosa.


Te tranquilizará comprobar que, a tu alrededor, nada ha cambiado.


Que su cuerpo se mantiene, girado y tranquilo, acompasando su respiración al vaivén delicado del descanso... que las pantallas de los dispositivos electrónicos y sus sistemas luminosos de alerta permanecen en la más honda y placentera quietud.


Pero, en el fondo, ese diagnóstico favorable no servirá de nada.


El sueño volverá a combinar sus golpes para vencer tu resistencia y atisbarás, apenas en el recodo del camino iluminado, la puerta de entrada al jardín de lo no reglado, a la anomia de las configuraciones mentales...


Y odiarás desvanecerte en esa duermevela sensible que mantiene vívidos tus instintos y percepción.


Lo odiarás, créeme.


Yo ya ensucié las suelas de mis zapatos con la tierra de esos caminos.

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