29 julio, 2011

EL NAUFRAGIO




Un cuerpo que se adentra lentamente en el mar.

El viento de la playa es suave.
No ha llovido en el tiempo pasado, quizá en los últimos años.
La madrugada sucumbe ante un amanecer que, perezoso pero impasible, principia su reinado.
Algunos papeles abandonados circulan aleatoriamente por entre los vericuetos invisibles que forma el aire en su tránsito.
El mar, en su movimiento de abrazos, besa al cielo furtivamente.
La arena mantiene una temperatura que, al contacto con la piel plantar de los pies, provoca un mínimo aterimiento.
Él lo percibe, pero su voluntad se encuentre férrea y pétreamente asentada en un frontispicio innacesible al miedo o al desánimo.
Inquebrantable, avanza por el surco de otros pasos, dirigiendo su mirada a un infinito que no se halla confeccionado con tiempo... ni, probablemente, con espacio, ni sensibilidad.
Va arrojando, en su avance, las ropas que cubren su cuerpo, y su destino, como en una línea recta imperturbable, se antoja de insospechada pasión.
Cuando las primeras gotas de agua mojan sus pies, un recuerdo fugaz sobrevuela su mente y, por un segundo, quizá algo menos, un tiempo no mensurable y solo percibido por organismos aventajados, duda...
Sin embargo, el combate no llega a celebrarse, porque el enemigo rehusa luchar y huye del peligro, como los niños (y los viejos) de sus fantasmas.
Y camina en el agua, con paso firme, sendero abierto, hundiéndose.
Y respira fuerte. Primero aire, luego agua.
Y se hunde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario