08 noviembre, 2009

DESMAYO


Ella ha servido las copas, con sumo cuidado, y, según dicta el protocolo, se ha alejado rápidamente, disipándose del preferente lugar que, en ese momento, concita todas las miradas.

Se siente encorsetada en la indumentaria de gala y maldice el dinero que ha gastado, continúa pensando que estúpidamente, en acudir a la peluquería esa misma mañana.

Las luces se apagan de repente...

Conoce perfectamente el ritual. A continuación, un chorro de fuerte luz blanca se disparará, en forma de círculo, sobre ellos, la música comenzará a atronar, levantarán sus copas, sonreirán, pedirán con una leve inclinación a los laterales el formal permiso paterno, beberán, lanzarán sus copas hacia atrás, el sonido del vidrio al hacerse pedazos, y se fundirán en un beso que desprenderá amor y que será jaleado por todos los invitados.

Se ha situado en uno de los rincones más apartados, al amparo de la oscuridad.

Está casi segura de que no ha sido capaz de atraer su atención.

Y recuerda aquellas noches, tan cercanas, en las que, al abrigo de algunas estrellas cómplices, permitían que sus cuerpos se descubrieran, con la rapidez y el temor que solo conocen los proscritos.

Y, luego, las palabras de imposibilidad y el pesado yugo de las responsabilidades contraídas. Esa maldita cantinela...

El fogonazo de luz y el terremoto melódico.

Quiere disimular una lágrima, pero no puede evitar que ruede de sus ojos hasta la barbilla y se precipite al suelo.

Ha cogido una copa sobrante, y justo cuando él reclama la anuencia paternal, se la lleva a la boca, destrozándola con los dientes y mezclando sangre y burbujas doradas.

Mientras, el resto levantan las copas y ella pelea por sostener el cortante dolor de sus labios ensangrentados.

Desea encontrar su mirada, el último secreto... pero él no recaba el recoveco de su visión.

Y tras escuchar el crujir del vidrio, ella rompe la copa en su frente...

Y se deja desmayar de dolor.

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