01 noviembre, 2009

PELDAÑOS


Hay pulseras olvidadas en los peldaños de escaleras públicas.

El eco de los amores escondidos rebota en las paredes de los subterráneos.

En los peldaños de la prisión en la que confinaron al poeta, existen gotas de sangre de una amante (aún) enamorada.

Las sábanas del último suicida cuelgan de los ventanales de una anónima lavandería de Wisconsin.

Y nadie, sin embargo, sospecha el secreto que esconden entre sus pliegues.

Un viejo caminante relata sus múltiples visiones en los variopintos lugares en los que sus pasos se detuvieron.

En el túnel que da acceso a la plaza escondida de Zagreb, sintió una punzada en su corazón y encomendó su futuro al deseo.

Esa tarde todavía no la conocía (aunque ella ya existía... porque siempre había existido, a pesar de desconocida).

Esa misma e indescriptible sensación le abordó, una noche, en la que pretendía llegar sano al puerto de Vigo.

Una presencia, inhumana, exhaló un fétido aliento en su cara y, desde entonces, no ha vuelto a conciliar el sueño con tranquilidad.

Aquella madrugada, ella reposaba, seguramente, en el infame abrazo que ahoga sin apretar.

Camino despacio, muy despacio, permitiendo que las suelas de mis zapatos resbalen en los peldaños, como si pudieran acariciarlos y tomar sentido de sus vivencias.

Descubro, entonces, en el hueco que corre perpendicular al suelo, una cinta negra que acogió su pelo.

Y mi mente recuerda la oscuridad y humedad de Zagreb, la sensación de infortunio y soledad de aquella nocturnidad gallega de brujas existentes.

Tropiezo...

Y los peldaños me asaetean, como si el deseo fuese un irremediable compañero, como si las pulseras no fueran más que simples, pero insalvables, esposas.

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