27 octubre, 2009

VERSOS PODRIDOS


De un estúpido (e iletrado, puesto que, en ocasiones, no es redundante) escuché que el verso nos acabó pudriendo a todos.

Y, en el fragor del ataque, tan solo estimé adecuado preguntar si la podredumbre lo era por dentro (interior).

A lo que el sujeto prefirió no responder y, asumo, tomarme por enajenado. No le culpo.

Curiosamente, en el mini-bar del hotel hay botellas de licor vacías que no recuerdo haber ingerido.

En ocasiones, y siendo la casualidad un concepto variable, los reproches y lamentos son acogidos por inocentes que se postulan como presuntos causantes del daño.

Me vacuné ante las ardillas, incluso previendo que su veneno no inoculara en mi interior maldad alguna.

Reparé, no sin cierta extrañeza, que el vidrio que protegía la ilustración del héroe cansado se había quebrado y, con inocencia, inquirí acerca del tiempo en que el fracaso había tenido lugar.

En el bolsillo interior de mi antigua maleta, una vieja y arrugada estampa se me reveló igual de protectora.

El pulso se acelera cuando uno se reconoce en las historias ajenas relatadas por voces demasiado cercanas y amistosas.

El último poema que quiero escribir constará de una sola palabra o, si me apuran, de una única letra... Y será suficiente e integral, revelador en su nimiedad.

Los paneles de salidas de los aeropuertos continúan enviándome un mensaje que atiné a descifrar.

Las ardillas seguirán saltando ahí fuera...

Pero mis desvelos cuadran mejor con la imperfecta presencia sublime que transmiten tus sonrisas.

Ahora que ya no imploro perdón por mis debilidades, que me estrello contra la fuerza del inmovilismo...

Sí, en este huracán en el que la lluvia nos separa y las ardillas imploran nuestra perdición.

Ahora, que leo mis versos podridos y no me arrepiento de maldecir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario