27 octubre, 2009

EL RUMBO DE LAS GOLONDRINAS


Escribo desde el anónimo andén de una estación de tren que el tiempo se encargó en convertir en apeadero.

Las nubes, ésas que dejaron las primeras lluvias sobre la ciudad en obras, parecen haberse encaminado a parajes más recónditos...

El reloj me avisa... y las horas de espera son como las atenazadoras mordazas que me impiden hablar.

Recuerdo tu cara de anoche, cuando te repetías, una vez y otra vez, que la razón dictaba escapar... También el reflejo de una pantalla de ordenador, preñada de números y cálculos que, en su caso, no podrían entender la importancia de las horas.

Las golondrinas vuelan, perdidas, y desconocen la palabra rumbo, ensoñando un futuro que jamás les pertenecerá.

En esta piedra en la que reposo mis cansados huesos, he descubierto el paso del tiempo... en las aristas de un tremendo esqueleto de animal que se pudre a la intemperie.

Y algo se derrumba.

Existe una arquitectura existencial de amor construido frente a la adversidad y que sobrepone la belleza de un lenguaje sincero (o increíble) a las evidentes problemáticas del rigor cotidiano.

Cubro mis ojos, en la noche, con las gafas de sol que, en más de una ocasión, ocultaron el castigo que el insomnio y la inquietud de tus ausencias dibujaron con violácea destreza, bajo mis párpados.

Y me encamino, siguiendo el rumbo desconocido de las golondrinas.

Y, al fondo, tras el valle, se antojan los reflejos de los fuegos artificiales que anuncian el final de las fiestas.

Y, a lo lejos, pretendo escuchar la canción de la despedida, ésa que las parejas apuran, susurrando promesas nocturnas al oído, mientras el sol batalla por abrirse camino en el amanecer.

En mis oídos, retumba el arrastrado y fatigoso deambular de mis pasos sobre la seca tierra.

En mi mente, como en súbita aparición, ciertos ojos verdes que aspiran a un cielo de bandadas de golondrinas que vuelan hacia su Ítaca.

Y, sin temor, asciendo a un cohete que dice encaminarse a la luna pero, como por arte de magia, acaba haciéndonos bucear en un océano de aguas cristalinas.

Y, sosteniendo la respiración, comprendo que merece la pena intentar volar siguiendo el desconocido rumbo de las golondrinas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario