16 octubre, 2009

HISTORIA DE PALABRAS NO DICHAS


N. guarda un profundo secreto que adereza con palabras, cada noche, justo antes de dormir.

Pero los fantasmas avanzan rápidos por su habitación y el monstruo intrépido que reposa bajo su cama la despierta, entonando una sonada que le impide conciliar el sueño.

Y N. observa vehículos que, en pesarosa procesión, abandonan la ciudad camino de un idílico paraje en el que la pareja (como concepto tan específico que maltrata la generalidad) olvida lo cotidiano y revive las noches de aquel primer verano.

Discute sus inquietudes con el animal que, perplejo, evoca los pesares de tantos otros insomnes y contesta encogiendo sus hombros y forzando una mueca que inspira, a iguales partes, temblor y desolación.

Y las horas gotean, arañando la compostura de N., como el caudal desbordado erosiona y lima los cauces normales por los que transitaba el río.

Como las nubes, avanza pesada por el pasado, rememorando esos encuentros furtivos, dejados entre la novedad y la emoción de lo pretendido y el temor y el resquemor de la fugacidad de lo prohibido.

Sus dedos acarician las teclas del teléfono móvil y escriben, en las más diferentes variantes, el mismo texto que, solo su integridad y orgullo, le impiden enviar.

Cada vez que la pantalla torna en blanco, erradicando las lanzas negras de su declaración, siente como si un profundo desgarro interior la vaciase completamente, dejándola inerte y, lo que si cabe es más peligroso, indefensa ante las realidades y sus universos paralelos.

N. golpea el cabecero de madera de su cama y el sonido, quejicoso, de los muelles del colchón la colocan en una habitación de hotel, número 209, que compartió la noche del engaño (ahora rebautizada en la del primer desengaño).

Y le asombra que sus ojos puedan recuperar todas las arrugas que sus dedos dibujaron en las sábanas mientras su cuerpo se hacía uno, en la noche, en el delito y la desviación.

Todo esto sucede al tiempo que C. pelea con sus demonios para mantener las virtudes que su educación, más que rígida, le imprimió.

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