21 octubre, 2009

INCÓGNITA


Los lados inconexos.

Puede que, llegado el momento, sepa cómo olvidar tu fragancia.

La incógnita de una ecuación de grado mayor, mayúsculo, alzado, que mi corazón prefiere despejar.

Los lados inconexos...

Puede que, llegado el momento, el libro de trigonometría que até a una cuerda y saqué por la ventana, sepa descolgarse y olvidar el influjo de la gravedad.

Las preguntas envueltas de serpientes que la voz de un antiguo crooner desea responder sin ánimo de exactitud.

Los lados inconexos...

Puede que, llegado el momento, la vieja que habita entre cartones, recite de memoria los endecasílabos que aprendió antes del naufragio.

Todas las anotaciones marginales que, en la edición de Las Flores del Mal de Baudelaire, el demente escribió en algunos accesos, repentinos, de cordura.

Los lados inconexos...

Puede que, llegado el momento, el gato negro, ése que acostumbraba a alimentarse de los desechos de la ciudad, desorientado, se defenestre del hogar familiar que le acogía.

Algunos suicidios después, el ebrio noctámbulo habilitó un rincón en su habitación para colocar las postales remitidas, en sus solitarios viajes, a su propia dirección.

Los lados inconexos...

Las lágrimas aguantadas en las cuencas de los ojos que vislumbran un final que es principio.

El rumor de los silencios que presagia la fría despedida del antiguo amor.

Los lados inconexos...

La incógnita escondida en las páginas de esos libros que devoré entre estaciones de anónimos subterráneos.

Las respuestas que aún me atrevo a balbucear en sueños.

Puede que, llegado el momento, sepa olvidar la fragancia de las soluciones que son erróneas para los escenarios propuestos.

Los lados inconexos.

La solución, por si no lo advirtieron, fue antes incógnita.

Puede que, llegado el momento, la incógnita no vuelva a tornarse en solución.

Y nadie reparará en que los lados inconexos ya se fundieron en un inquebrantable beso.

Aquellos inconexos, e incógnitos, lados.

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