20 julio, 2010

EL CAUTIVO


Faltan unos años para que suceda.

Pero mis ojos ya lo han visto.

Es noche cerrada.

Pero en el interior del bar, la luz ni siquiera hubiera podido penetrar.

El camarero nos ha servido dos vasos bajos llenos, hasta sus bordes, de tequila.

Y, tras beberlos, los hemos apartado al extremo derecho de la mesa.

Junto a los otros doce.

Yo he intentado levantar mi mirada.

Reconozco en tus ojos aquella desafiante tonalidad, incluso ahora que manchas violáceas ensombrecen las comisuras de tus párpados.

El camarero no nos ha reconocido y nos observa con cierta indiferencia desde la defensa de su barra de mármol impecable.

He levantado el brazo derecho y, en apenas unos segundos, el sonido de los cristales ha anunciado la llegada de un nuevo golpe de alcohol.

Nadie queda en las mesas del bar.

Los periódicos de hoy son ya del día de ayer.

Y la radio se ha apagado.

Tú, imagino, permaneces en el silencio de la incomprensión.

Yo habito en el cautiverio de las heridas sin cicatrizar.

Y, como viejos enemigos, no sabemos aguantar los pulsos salvo en el más respetuoso, y beligerante, de los silencios.

Hemos vuelto a beber.

He reprimido un insano, y fugaz, deseo de besarte.

Tambaleándote, has buscado mis manos.

Y has roto tu vaso en ellas.

Mi sangre brota tranquila... como el silencio de mi arrebatado dolor.

Ninguno va a pronunciar palabra alguna.

Como en todos los años que restan para que esto suceda.

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