20 julio, 2010

LA MESERA


Tenía ojos turquesas de los que derriban imperios y adornan a los generales vencedores (ésos que aún no conocen que su primera derrota ya ha llegado).

Tenía veintisiete años pero su historial refería episodios más propios de veintisiete vidas turbulentas y desgarradas (ésas que ocupan los temas de biografías de librerías escondidas).

Tenía pecados cometidos que aún no habían sido ni imaginados cuando Eva decidió arrancar el fruto del árbol prohibido (esas conductas que detienen corazones y asoman cuerpos a los precipicios).

Tenía canciones y poemas dedicados con la suficiencia con la que otros colecciones veladas en soledad tras invitaciones rechazadas (ésas que culmina con pesadas y dispares borracheras y exaltaciones impropias).

Tenía peligro en sus manos y verdad en cada palabra que salía por su boca (esas armas arrojadizas para las que el legislador penal olvidó tipificar sus acciones).

Tenía seguridad en que la vida es una y que conviene arriesgar un poco de cuero en cada embestida aunque el lance pueda resultar poco propicio (y sea resquebrajado por un espíritu pragmático y poco soñador).

Tenía un libro a medias de leer, un sueño que no deseaba realizar y un billete de avión para un destino que los mapas no mostraban.

Tenía miedo y sentía que los relojes se habían parado mucho tiempo atrás.

Tenía ojos turquesas y sangre ajena recorriendo sus labios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario