15 marzo, 2011

LA MUJER DEL BLOC

La mujer del bloc descansa en su litera.
Mira, con tristeza, la raída manta que apenas cubre el lecho e introduce uno de sus dedos en los agujeros del paño.
Recuerda aquella mañana.
Vuelve a escuchar los disparos.
Evoca su fragancia (unas horas antes).
Su sonrisa cuando, después, le decía, apenas en un susurro, que su cuello olía a pólvora.
Coge un pedazo de papel del suelo y dibuja un croquis del lugar, de aquel espacio abierto.
Él, colocado en la ventana de un quinto piso, apostado con un rifle de mira telescópica.
Ella, concienzudamente entregada a un dibujo que parece no querer acabar, junto a una libreta de tapas negras.
Él, el otro él, esperando a alguien en una esquina ajetreada de la ciudad que no conoce de pausas, ni descansos.
Ella, la otra ella, dubitativa en su descenso, con la altivez de la seguridad y el pánico de la incertidumbre del porvenir.
Y el disparo.
Seco.
El tiempo acelerado.
La huida, su huida y las noticias del periódico del día siguiente.
Aquel agente de policía, su interrogatorio y la frialdad de las esposas en sus muñecas.
Las duchas, la endeblez de su desnudez. La tensión de la seguridad de la presencia de un cuerpo desconocido en la oscuridad.
El croquis, aquel dibujo perfecto que parecía esconder más de lo que realmente revelaba.
Y, ahora, en la nimiedad de los cráteres de la manta, pespunteaba los secretos que aquel comisario descubrió... solo unos segundos antes de morir.

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