14 abril, 2009

AC


"La honestidad no es una virtud, es una obligación". Andrés Calamaro.

Llegué a Andrés (de un modo más puro que en Los Rodríguez), gracias al sabio consejo de un compañero de Instituto que me pasó (qué tiempos aquéllos) una cassette del magistral y referencial Alta Suciedad.

Las letras de ese disco, con una portada terriblemente dylaniana, y la exquisita calidad de la música grabada con los altos próceres del rock calaron tan profundamente que Media Verónica o Crímenes Perfectos (por citar dos ejemplos altamente representativos) se alzaron como hitos insoslayable de una creación magnífica.

Después, justo en el momento álgido del seguimiento del ídolo, apareció Honestidad Brutal, el predicado como disco más mujeriego de la historia de la música y que, sin embargo, aparentaba intentar recuperar el amor de la mujer perdida. Sería imposible citar un solo tema de esa vorágine inmisericorde de inspiración y valentía en la creación.

Cuando cualquier asesor hubiese recomendado un descanso, Calamaro batió los records de la honestidad y presentó en sociedad El Salmón. Cinco discos que, para los que se aventuran en sus entresijos de un modo certero, deparan perlas como Lorena, Un barco un poco, Canalla o Chicas entre un repertorio de 103 (número etílico) canciones indispensables.

Con ellas, llegó la desaparición de las tablas del argentino, pero, en modo alguno, dejó de fluir su incontrolable manantial (Radio Salmón Vaticano, El Cantante y Tinta Roja son preclaros ejemplos del inquieto espíritu de un auténtico investigador y alquimista de los sones).

Entonces, gracias a la Bersuit (entre otros), se produjo la resurrección de la carne, materializada en El Regreso y la tan deseada reaparición de Calamaro sobre los escenarios, que se reflejó para la posteridad en un memorable Made in Argentina.

Volvió la magia en la producción y se parió El Palacio de las Flores (al que el tiempo habrá de colocar en el lugar que merece dentro de la más que granada y pulcra creación del cantante) al que siguió una exitosa y coreada gira (2 son multitud) por España y la hermana América del Sur con Fito y los Fitipaldis.

Casi sin capacidad de recuperación, nos ofreció un disco auténticamente magistral, La Lengua Popular, que consigue, desde su arranque (Los Chicos), que deberían hacer suyo todas las hinchadas del mundo, poner en estado de alerta y emergencia al receptor de tan lúcido material.

Tras él, y un formato gratuito de descarga internauta, Andrés se desmarcó con Nada se pierde, un envidiable ejercicio de tomas ásperas y honestas que colocan al intérprete y su intelección unos cuantos escalones por encima del panorama general.

Para rematar, a la fecha, la trayectoria post-Rodríguez en solitario, Calamaro desbarajusta cualquier plan de editores y disqueras con un Andrés. Obras Incompletas, que no debe faltar en los archivos de ningún ciudadano de a pie que se digne en escuchar música en algún momento.

La caja negra aborda, con detallada y cuidada presentación, algo más de una década (97-007, como el propio creador se permitió definir) de éxitos y obras no presentadas... Sería oportuno que alguien nos otorgara un lenguaje capaz de referir, con términos, lo que ese compendio (compilación reducida, si se prefiere) supone para sus incondicionales...

Habría que agradecer la clarividencia de artistas como Andrés, que estiman su profesión como un compromiso con el respeto, la calidad y la fusión... sin tender a los fáciles encasillamientos que acaban por sepultar la identidad de un creador superior.

Un hombre que, además, reivindica la figura de otros compañeros, presentes y ausentes, contribuyendo a aumentar el prestigio del trabajo inteligente y común...

Algo más que un poeta, mucho más que un músico, una especie de sabio renacentista que, remontando el río, se permite coquetear con las musas para enseñarnos que "la vida es una cárcel con las puertas abiertas", sin olvidarse de "quién escribirá la historia de lo que pudo haber sido".

Un findelmundista, el artesano espiritual que guía los designios de múltiples generaciones que matarían por ser capaces de pergeñar, en su integridad, un texto como el de Paloma.

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