29 mayo, 2011

A-S

Después de adentrarnos en una travesía santa, camino despacio y tus ojos permanecen alertas.
Inquieto el timbre de una tienda de antigüedades y tu rostro torna en preocupación.
Son más de las diez de la noche y una mujer vestida de negro nos saluda y nos descubre una escalera de caracol con peldaños de madera.
Nuestros pasos quiebran el silencio de la noche en la gruta de adornos orientales.
Huele a aromas desconocidos.
Cierro los ojos y repaso un calendario que solo se ha colgado en mi mente.
Vuelvo a mirarte y siento cierto nerviosismo, como el del primer día, cuando tengo que dirigir mis primeras palabras.
Me he quedado fijo en tu mirada de ojos verdes y directos... y mis palabras pierden vigor en el discurso que olvidé memorizar.
La vela baila a un son mágico y secreto que nos revela la milenaria cultura que nos acoge entre paredes y en cada resquicio del bazar.
El tiempo se ha parado en el mundo real... puede que lo hiciera mucho años ha.
El reflejo de la luz en tu pelo me devuelve, tornasolado, un cúmulo de bellos colores que el más preciosista pintor quisiera en su paleta.
El reloj avanza, con parsimonia y orden, y yo ya reflejé en palabras más de lo que mis gestos podrán transmitir en su vida.
Todo lo demás nos es ajeno.
Porque nada importa... menos tú.
Y los relojes continúan sin caminar.

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