20 septiembre, 2010

EL GUARDA PIPAS


Le gustaba dejarse ver con ese artilugio en el que recogía una pipa que jamás había utilizado.

Escuchaba los rumores de la gente a su alrededor e imaginaba que le calificaban de trasnochado o antediluviano, y él sonreía, en su interior, y construía castillos en su mente que eran ocupados por princesas vírgenes y alteradas.

Al principio, al poco de haber comprado el guarda pipas, aún sentía ciertos reparos porque su atildada pose se pudiera considerar rimbombante (en exceso).

Eso era, obviamente, al principio.

De hecho, la primera vez, cuando apenas había extraído el guarda pipas de la caja en la que había sido envuelto en la tienda de Nashville (lugar al que nunca retornó), sintió una punzada de contrariedad y temor... que muy pronto fue olvidada.

Le gustaba elucubrar respecto de la identidad de quien le había precedido en el uso de tan peculiar instrumento y se interrogaba, hasta el punto de alcanzar cierta intriga malsana, si era el mismo que había hecho grabar las iniciales "N.S." en el frontal, con elegancia y firmeza, junto al broche dorado que permitía abrir el guarda pipas.

Aquella tarde, mientras caminaba por el oscuro barrio noble de la ciudad, abrió con delicadeza la puerta acristalada de la casa de empeños, sorprendiéndose al encontrar una estancia fría y funcional que le recordó a una dependencia administrativa.

Extrajo el guarda pipas y lo colocó sobre el mostrador.

Disimuló unas lágrimas y recogió el dinero.

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