14 septiembre, 2010

LA ESFERA QUEBRADA


Tenía una manera muy extraña de amarme.

O, al menos, a mí me ilusionaba creerlo...

Sí, que me amaba.

Su marginalidad debutó en el velatorio de su abuela.

Ella me había dicho que nunca la había aguantado.

Después, reculó. Y precisó que no se soportaban mutuamente.

Luego, mientras me arrastraba de la muñeca por el pasillo que llevaba a los baños, me confesó que, siendo joven, le robaba dinero de un cajoncito en el que la vieja (puta vieja-dijo ella) lo atesoraba como una urraca (la comparación también es suya).

Aquella felación fue francamente memorable.

Ella, desde el primero día, me pidió (me aconsejó, sería más correcto) que no me enamorase.

Y yo, estúpido, en vez de adoptar una prudente distancia, aposté mi propia entereza.

Debí abandonar(la) la noche en la que, en un arranque de perversidad, consiguió, tras múltiples provocaciones, que acariciase sus pechos, desnudos y mínimamente tapados por la blusa negra transparente, en el restaurante que dirigía el regente de la tienda de antigüedades en la que yo le compré el reloj que lucía en su muñeca izquierda.

Alguna señora abandonó el local, espantada.

Había empeñado todos mis ahorros (y algunos ajenos), para que, en un arrebato, ella lo lanzara por el puente de piedra al riachuelo casi seco.

El crujido de la maquinaria hubo de haberme hecho recapacitar sobre mi necesaria huida.

La última noche fue una despedida atípica y que, sin embargo, yo había soñado varios insomnios antes.

Era la época en la que las madrugadas se medían por horas sin caer en la inconsciencia del sueño y las mañanas preludiaban las corrientes eléctricas en unos músculos atrofiados y necesitados de descanso.

Todos los recuerdos de aquellos días me llegan a la cabeza con un leve murmullo de alcohol.

Cuando envié aquel mensaje que cerraba (en falso) una herida que, a borbotones, sangraba sin piedad.

No me preocupé (nunca lo había hecho) por mi propia integridad.

Disfruté pensando (imaginando) que me amaba de una manera muy extraña.

Indescifrable.

Casi lejana.

Como si, ciertamente, no lo hiciera.

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