01 septiembre, 2010

LA RESPUESTA


Fue aquella carta que no contesté.

Las palabras agradecidas que retaban, al menos, a confirmar su recepción con un gesto cercano...

Y rápido.

Que no se produjo.

Que no llegó.

Que ya nunca podrá tener lugar.

A veces, en muy contadas ocasiones, algo en el interior consigue detener el ímpetu que invade, de fiereza y agilidad, tus dedos en el teclado.

Quizá en dos ocasiones o, si la memoria es más recta, puede que solo en esa carta enviada con rubrica de personaje literario que, sin gran labor detectivesca, revelaba una escritura contrariada por el posterior (y novedoso) silencio.

Alguna madrugada, de ésas en las que el reloj saluda con indiferencia todas las horas de la noche hasta el amanecer, intenté dibujar, en el mapa mundi, un círculo rojo en el que habitaran todas las palabras importantes que no dijimos, las que guardamos en ese baúl antediluviano, las cartas de respuesta (selladas y lacradas) que ahora son presa del inamovible nudo de una cinta roja que las aprieta y aniquila.

Pero no supe trazarlo.

Y la luz de los primeros rayos de sol me descubrieron la obligación de retornar a las cuitas más banales y, sin embargo, perentorias.

Hoy, en un dudoso día que transita entre el final del verano y el inicio del pavor, he vuelto a leer esas breves líneas, rematadas con una firma que se apodera de un personaje, de una vivencia.

He preparado una respuesta en la hoja de papel doblada sobre la que reposaba mi vaso de café y la he depositado en el buzón que el cartero siempre olvida visitar.

Después he redondeado un tramo pequeño en el mapa, de rojo intenso... y he suspirado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario