23 septiembre, 2010

ELLOS


Había tres palabras que no iban a pronunciar.

Y, cuando cruzaban sus miradas, sorteaban los silencios, apagando la urgencia de sus fuegos entre exacerbados malabarismos de palabras huecas.


Sentían que el pasado vivido era tan diferente que los recuerdos tiznaban de añil los restos de imágenes más bellas, de instantes en los que los segundos avanzaban a velocidades infinitesimalmente distintas, más rapidos o más lentos...


Distintos.


Como ellos.


Que permitieron que los aires (nuevos y viejos) despeinaran sus ilusiones, y que los silencios maniataran las esperanzas de un mañana cubierto de mariposas y marionetas al sol.


Que enturbiaran la lucidez de las sonrisas y complicidades, dejando paso a una insomne sucesión de pasiones equivocadas y de calles angostas y estrechas, como los trenes que desembocan en el final del trayecto, en la estación de término abandonada.


Ellos que alardeaban de escribir una historia que, por su distinción, jamás sería equiparable con las diseñadas por las mentes de los narradores más avezados.


Los perfiles distintos que agonizaron en la más cruel y estúpida cotidianeidad.


La de botellas vacías. La de citas urgentes inventadas. La de despedidas en esquinas de semáforos en verde. La de ciudades que repiten un nombre y susurran cien finales distintos... divergentes.


Ellos, que saborearon las mieles de la especialidad para acabar naufragando en las hieles de la sinrazón.


Ellos, que pretendieron ser distintos.

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