21 agosto, 2011

EL AGUACERO



La luz difumina las siluetas.


Los contornos llegan, cada vez más, a los escenarios tenues.


Escucho el sonido de un pájaro que pretende endulzar la tarde.


Unas manos recorren mi espalda y permito que todo escape, en el sentido contrario de las agujas del reloj, por el sumidero más cruento de la memoria.


Los relojes marcan horas muy diferentes.


Las palabras susurradas no responden a ningún idioma conocido.


Sé que el agua, torrencial, lleva mis meditaciones hacia la desembocadura de las cloacas.


No conozco la efigie que corona la carta que puede que jamás te remita.


Siento un golpe seco y certero en mi espalda.


Las sábanas donde hundo la nariz exhalan un suave aroma floral... demasiado específico para una sensibilidad poco entrenada como la mía en tales menesteres.


Recuerdo un rostro juvenil, ni tan siquiera adolescente.... y unas canciones infantiles que huían y avergonzaban... un balón que se estrelló en el aro, rebotando fuera... y un grupo de moscas, a las que alguien había quitado sus alas, pugnando por escapar de las páginas de mi libro de Ciencias, subrayado a lápiz.


He dejado un fajo de alargados billetes en un mostrador de mármol, despreciando una fruslería ofrecida como obsequio.


Camino bajo la lluvia apretada y fría... como aquellas lágrimas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario