14 agosto, 2011

LA INVITACIÓN


Recibió un sobre lacrado.
El envío no había sido realizado por el cauce ordinario.

Apareció, de repente, tras las persianas metálicas que cubrían la única ventana de la fachada del edificio.
Rasgó el lacre con un abrecartas con forma de daga.
La tarjeta era de papel de gran calidad y la impresión, asimismo, cuidada y magnífica.

Reparó, no sin cierta inquietud, en que en la cubierta del sobre tan solo aparecían sus iniciales.

El texto interior le convocaba a una secreta reunión de la que se le advertía no debía dar parte a nadie.

Del mismo modo, le informaban que habría que atender el más esmerado rigor indumentario, cubrir su rostro con un antifaz y concurrir con la más exquisita puntualidad.

El mensaje concluía con una información equívoca:
"Es usted el octavo de los siete invitados para los que preparé asiento. Solo los más precavidos podrán acompañarme a mi mesa".
Llegado el día y la hora indicada acudió al lugar previsto, y, tras atravesar varios pasillos oscuros, fue dirigido a una minúscula sala, iluminada por antorchas.
Se animó al comprobar que era el único de los convocados que había hecho acto de presencia.
Al fondo, un hombre embozado le invitaba a pasar y tomar asiento.
Minutos después la estancia se llenó y el hombre ordenó cerrar la puerta.
Cuando quiso comenzar su disertación, cayó fulminado al suelo.
Y nadie se decidió a socorrerle, ni a desembarazarse de sus antifaces.

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