08 agosto, 2011

EL GRITO EN LA MUDANZA

Siempre escribo con el ánimo de detener el tiempo en la exigua hoja en blanco garabateada.
Detener algún tiempo... quizá mi tiempo, o lo que percibo como tal.
Por ello, posiblemente, no me inquieta que las palabras resulten complicadas e, incluso, los mensajes puedan estimarse incomprensibles para el resto.
Incluso para mí...
Porque la verdadera honestidad del texto reside, en exclusiva, en esa pincelada sensitiva que la mente pretende verbalizar del modo que considera más oportuno, sin que ello asegure que sea el más adecuado e inteligible.
En la imagen.
A buen seguro, cuando cometa el error de repasar mis antiguas notas, descubriré, con estupor, que las palabras vertidas antaño me resultan ajenas y que los episodios se pierden en una nebulosa que los haría más propios de un ficticio personaje cuyo único propósito es burlarse del universo.
De esta cruel confesión prefiero quedarme con la imagen que alteró mi sueño esta madrugada.
Era el perfil imperial de una mujer cuya nariz aparecía moteada por suaves pecas que presagiaban un canto evocador y sugerente como el de las sirenas.
Mientras continuaba subyugado en la observación e interpretaba mi letárgica visión, por el ventanal abierto se coló un chillido seco y crudo.
Anunciaba el lanzamiento, desde la cornisa del inmueble vecino, de un mueble... posiblemente en el transcurso de una madrugadora mudanza.
Y todo, de repente, pareció cobrar sentido.
Al menos, en ese momento, en esa imagen...

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