29 junio, 2009

CANDELABRO


El primer ganador puede ser el segundo en la cadena de vencidos.

Estoy hablando de mujeres y adulterios (sé que es lógico y evidente pero, a veces, conviene matizar).

Durante este invierno, Madrid conoció las crueles virtudes de la nieve.

Hoy, sin embargo, en la piscina situada en el ático del hotel, el calor es agobiante y los aviones sobrevuelan nuestras cabezas en la madrugada.

Es el final de un sueño que, a borbotones, se asienta en mi retina.

Recuerdo un pianista desaforado que interpretaba algunas piezas mientras la cera caía de las velas de un antiquísimo candelabro que iluminaba la partitura.

Aunque el sol resplandecía, majestuoso, en el exterior, el local había cerrado todas las ventanas, cubriéndolas con férreos cortinajes, para contribuir íntegramente a conformar un paisaje de nocturnidad.

Los dedos del músico acariciaban las teclas del piano y mi vista se quedó clavada en el azul eléctrico del terciopelo que revestía los sillones.

Tú jugueteabas con el borde abultado (cosido por manos inexpertas) de un cojín.

Mientras, mi discernimiento pretendía resolver un enigma de carabelas, canciones y perfumes adulterados en el laboratorio clandestino de los bajos de una carnicería de Shaigon.

Quizá algunas flores adornen las mesas que compartamos en el futuro.

Los más optimistas incluso aventuran que los más pequeños podrán elegir, diariamente, entre cinco variedades de postre.

Curiosamente, alguna vieja poetisa consideró que el limón que guardaba en su bolso tentaba a la (mala) suerte.

Aproveché tu descuido para mirarte... y guardo esa bella (y robada) imagen en mi interior, para mí... para los instantes en que te evoco.

El pianista acaba y guarda sus partituras en la carpetilla de ajado cuero.

Apaga de varios soplidos las velas. Saca sus gafas de sol y se encamina a la salida.

El tiempo siempre pasa muy rápido...

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