30 junio, 2009

RACIONES INDIVIDUALES


Ustedes, quizá, no las odien...
Son esas minúsculas raciones individuales, perfectamente plastificadas, calculadamente medidas y envasadas, decoradas con excepcionales y llamativos colores...
Una demostración más de la palpable soledad, del universo profiláctico que construimos para soportar el tedio del despertador que suena, irrevocablemente, a la misma hora cada mañana...
En el cristal del tren repiquetea la lluvia.
Las gotas dibujan surcos azarosos que serpentean y desdibujan el paisaje.
En los asientos contiguos, el ejecutivo engominado recibe una insoportable avalancha de avisos de entrada de comunicaciones electrónicas en su flamante BlackBerry. Se despatarra para ganar algo de comodidad. Mientras, su esposa emula gesto, entre suspiros, en el diván de su afamado psicoanalista.
Abro un recipiente que dice contener albóndigas. Cuando las mastico, su sabor me recuerda al regusto insulso de los chicles que han sido masticados durante demasiado tiempo.
La azafata, en un tono mecánico e invariable, ofrece más bebida.
Percibo sus palabras como si llegasen desde una habitación distinta, atravesando la pared.
La mujer sentada a mi lado se ha partido una uña con la tapa metálica del recipiente del minúsculo helado servido de postre.
Nadie dijo que no fueran peligrosas.
Pide pañuelos. Lógicamente estuchados de manera compacta en número de tres (ración también unipersonal).
Me mira en busca de una compasión que, desafortunadamente, no estoy dispuesto a dispensar.
Me concentro en la sección de obituarios del diario.
La puerta que separa los coches se abre y llega hasta mí la negociación de otro viajero que debe de estar negociando el precio de alguna importante partida de mercaderías.
En Illinois, la fábrica de tabaco ha cerrado sus puertas tras un proceso de suspensión de pagos. Su cotización en Bolsa, según la información recibida en la agenda electrónica de otro de mis compañeros de viaje y que no tarda en transmitir a su delegado comercial, ha bajado veintidós puntos.
Vende, si puedes. Escapa del incendio. Huye de la inundación.
Tras la ventana, el mundo se mantiene ajeno a la escena aséptica e impostada que se encarna en los diferentes vagones.
Descubre la bella estampa de un río casi en el punto de fuga.
La niña mira al río y sostiene un tulipán blanco.
Y su universo no entiende de tareas pendientes.
Jamás ensuciará sus manos con las raciones individuales de los trenes de largo recorrido.
Me lo prometió.

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