07 junio, 2009

DOMINGOS Y PREGUNTAS


Sospechaba que el corazón le latía varias pulsaciones por debajo de lo recomendable, pero su aletargamiento era más espera que descanso...

Sostenía, entre sus manos, los distintos libros que guardaba en la vieja cámara de la antigua casona que había pertenecido a sus abuelos...

Y continuaba sintiendo esa sensación tan extraña de adivinar los títulos entre el polvo que cubría las tapas de unos volúmenes que, en silencio, acusaban el rigor del olvido y la estrechez de las vidas aceleradas.

Entonces, quizá por esos guiños que el Destino siempre atesora para instantes de debilidad, notó como un movimiento, continuo, suave, como el correr de un animal muy pequeño, como el caminar acelerado del más infame de los insectos, le recorría la pierna y, entre asustado y sorprendido, soltó el libro, cayendo al suelo la señal que todavía conservaba entre sus páginas.

La giró con cautela y sonrió al evocar las antiguas aventuras que la estampa, que reflejaba el primer plano de una imaginería, le devolvía al recuerdo.

Como en un repentino viajar, se colocó en los bancos de aquella pequeña capilla y recordó sus oraciones ante una Virgen que, según los miedos de una pandilla de escolares revueltos en primavera, movía las manos.

Y expió parte de sus pecados.

Supuso que ella, ahora, le vería recorriendo los destellos de diamante que las pieles más claras (casi transparentes) muestran justo ante de entregar, en espasmos, el triángulo del monte perdido. Como el pobre diablo que se ve doblegado por las tentaciones susurradas mediante confidencias, a media voz, en los locales repletos de humo y alcohol.

Y él, genuflexo para recoger el libro que violentamente había caído en el suelo, se descubrió preguntándose cómo sería una tarde de domingo dejada en sus brazos (evitando configurar otras imágenes que fueran a golpearle de un modo más certero). Y, contrariado, maldijo determinadas imposturas rigoristas del tiempo.

Sostuvo las poesías de Rilke, en un compendio mal traducido y peor encuadernado, y las depositó junto al resto de obras.

Entonces juntó sus manos, ansiando recuperar el pálpito desprendido por el abrazo que, furtivamente, habían compartido con aquéllas de ensueño.

Y entendió que la magia se ubica en el terreno que media entre lo cercanamente soñado y lo conscientemente evitado.
Y el resto son las palabras del horror en cántico interesado y disoluto.

Abandonó la estancia y permitió que las preguntas se resolvieran con el desconcierto de tres puntos seguidos...

No hay comentarios:

Publicar un comentario