01 junio, 2009

TORMENTA


Y, sobresaltado, casi en un espasmo, desperté...

El cansancio me abotargaba, pero el sueño me había abandonado.

Con la confianza con la que se asientan las verdades, noté un suspiro, cercano, que me susurraba al oído palabras ya conocidas.

Y el hielo parecía fragmentarse en el interior del iceberg.

Pero la noche aún continuaba reinando en el exterior y el Sol apuraba su descanso, cediendo protagonismo a la luna llena que irradiaba en el firmamento.

La secuencia verbal, de nuevo, y el sudor frío recorriendo mi espalda... con idéntica frialdad a la del sable afilado que rasga la seda.

Después, el hundimiento de un barco. La imagen de una colección de féretros, en la bodega, que entrechocan movidos por las olas.

Y el viento golpeando las maderas de las contraventanas, hasta astillarlas y arrancarlas de sus propios goznes.

La voz me recrimina la tardanza y me orienta.

Veo un camino que se bifurca. Una alimaña de color grisáceo me saluda, mostrándome una boca huérfana de dientes y la boca chorreando sangre fresca.

Creo adivinar, al fondo, un precipicio que culmina ambos senderos.

Y la presencia, me invita a pasar.

En el exterior, se libra una batalla que culmina en el amanecer, pero la luz no es reparadora y tiñe de escarlata el cielo en su inmensidad.

En mi interior, escucho voces que aconsejan mi rendición ante el sueño, pero el sueño huyó dejándome sin sueños.

Y la voz, su voz, se aleja, pero acierta a decir, o, al menos, yo quiero comprender, una última frase: "Busca las respuestas en el lugar que guarda el silencio".

Los tiburones sonríen. El hielo fragmentado puebla el mar. El animal se lanza por el precipicio.

Todos sueñan.

Y una sombra, angustiada, peregrina anhelando encontrar el alivio a su vacilación.

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