13 junio, 2009

FANTASMAS


Cierta noche, en un romántico restaurante (con velas y vino) del Bairro Alto de Lisboa, cenando en un ajado sillón que debió de haber pertenecido a alguna insigne y acaudalada familia francesa de varios siglos pasados, cinco niñas paseaban por el invierno de las calles de Berlín.

Sólo tres de ellas miraban, entre coquetas y suspicaces, al fotógrafo que pretendía tomarles una instantánea cargada de realidad, como el cazador que, portando únicamente una videocámara, se dedica a estudiar el comportamiento de las piezas en el bosque.

Otra, distraída, comía un bollo, mientras con la mano izquierda sujetaba un fardo de cartas con los deseos e ilusiones que enviaba a los Magos de Oriente.

La última, ocupando el segundo lugar por derecha, apenas unos pasos más rezagada que el resto del grupo, no escondía su enfado y se encogía junto a los paquetes que, apretados contra su pecho, parecían desbordarla. Pero en su rostro se adivinaba el resquemor del olvido del lazo azul que, casi todos los domingos, adornaba su precioso pelo y que lo convertía en la luz ante la cual todos, obnubilados, se detenían.

Acechaban mi presencia desde el velador en el que habían sido dejadas, en una reproducción moderna (y troquelada) que asemejaba tiempos pretéritos, de mayor rigor.

Y, en ella, en la mirada esquiva de la niña contrariada, aventuré un futuro sin poder asumir si estaba reservado para mí.

Después, la imaginación se desbordó en el cuaderno negro:

"Agáchate, y pégate a mí, si quieres evitar que el zumbido de las palabras del fuego amigo acabe con los sueños.

O mantén, quizá, que las diatribas del insomne lunático son menos certeras cuando refieren sensaciones sobre los reflejos luminosos que avanzan, de madrugada y lentamente, hacia la Luna.

Algunos, posiblemente demasiados, aseveran haber estado allí.

Aunque, si las palabras de aquella vieja mujer de la oscura esquina del Santuario son veraces (y su desaliñado aspecto refuerza su perorata), únicamente los que ahogan pensamientos y sensaciones al recorrer los caminos que se le antojaban imposibles pueden transitar con elegancia la delgada frontera delimitadora del bien y el mal.

El Sol siempre castiga a las mentes más inquietas e invictas por Morfeo".

Y, en el bolsillo final del cuaderno, custodié la pequeña imagen, aguardando, sin prisa, a que, hoy, tuviera sentido evocar esos fantasmas que habitaron mis pasos en Portugal.

Como aquél otro que se presentó en la argéntea Plaza de la Candelaria en su condición de Virrey de Perú y que, sólo las noches más sensibles, vuelve a mis conversaciones.

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