03 mayo, 2009

ANDRÉS


Anoche soñé que rodeabas mi cuello y que, con ese cariño que se profesa sin palabras, apretabas hacia abajo con la firmeza que siempre me recuerda tu calor e impronta...

Anoche, cuando todas las miradas estaban pendientes de las luces, me sentí absorto y volví a aquellas tardes en las que recorrimos ciudades ajenas con conversaciones de mayor a pequeño, con consejos que grabé a fuego y que me guían por los derroteros más esquivos...

Anoche, mientras algunos peleaban frente al Destino para encontrar unas sábanas calientes en las que paliar su ansiedad, mi cuerpo se dejó fundir contigo en un abrazo que me enternecía y reconfortaba mucho más que el resto de bellas palabras.

Anoche, en esa hora en que el reloj ya no es dueño de las decisiones, me recriminé, por enésima vez, no ser capaz de eludir ritmos más insanos y visitarte con la frecuencia que los otros consideran necesaria...

Anoche, como en las eternas caminatas de Valencia y Zaragoza, sentí ese carácter de influyente guía que me forjó un carácter indomable e incomprendido pero que, defenderé, por tuyo, hasta las últimas y más graves consecuencias.

Anoche, con esa resignación que deja la impotencia, me derribé y derrumbé en la imposibilidad de retornar al antaño nuestro...

Anoche, cerrados los ojos, apreté los puños y lancé un grito al interior cuyo destino era el cielo...

Esta mañana desperté... y alteré mis rutinas para encontrarte en tus recuerdos que, ahora, son míos...

Y siempre me alegrará creer que, desde arriba, me alientas...

Y si puedes (o quieres) leerlas, estas letras son para ti.

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