10 mayo, 2009

FUTURO


Desde la azotea, la negrura de la noche parecía verse salpicada por golpes de luz.

Tres años antes, mientras apuraba una copa de champagne en la terraza de un lujoso hotel de Bahrein, había decidido dar un giro radical a su vida, a su porvenir.

Obvió los flashes de las cámaras, los maratones viajeros que le trasportaban de una capital a otra a ritmo frenético, las cenas y recepciones con patrocinadores publicitarios y apostó por un cómodo retiro en algún municipio de la costa.

A final de cuentas, los guarismos de su cuenta corriente constituían un colchón lo suficientemente abultado como para afrontar una pronta despedida de la primera plana de las revistas de moda, de las pasarelas y de los desfiles de alta costura.

Afrontó con paciencia, y no sin cierta alegría, la minoración de llamadas, correos electrónicos y el progresivo abandono de su dispositivo de comunicación que, previamente, permanecía las veinticuatro horas del día alertándole de las más banales circunstancias.

Pero la tranquilidad y el sosiego, sin embargo, causaron, una vez transcurrido un prudencial lapso reparador, el efecto contrario al deseado. El hastío le saludó, transmitiéndole sus deseos de permanecer junto a él hasta nueva orden.

Y ni las primeras escapadas en busca de los misterios escondidos de la Naturaleza y el Mundo le sirvieron para alejar ese resquemor que se le presentaba, con puntual recurrencia, noche tras noche.

De ahí que, ahora, desde la azotea de su inmueble, continúe revisando el corto texto del correo electrónico que pretende remitir a su agente (del que hace casi año y medio que no recibe noticias), valorando si merece la pena, si el camino andado hasta llegar a esta noche no es suficientemente revelador.

"Quiero volver... Sé que no seré el de antes, pero quiero intentarlo. Llámame. Abrazos".

Pulsa la tecla de envío y en el mosaico que a sus ojos presenta la noche, justo al fondo, le falta algo de luz.

Mientras continúa disfrutando, ensimismado, de la quietud de la madrugada, una luz verde parpadea: "Siempre tendremos un hueco para ti. Mañana hablamos".

Y, de nuevo, como en aquel hotel de Bahrein, siente que el suelo parece temblar bajo sus pies. Quizá con menos virulencia, un pavor cauteloso pero menos agitado, como el empellón que se sufre tras experimentar la velocidad de caída de una montaña rusa ya conocida.

Sin embargo, y aunque pueda parecer estúpido, cae en la cuenta de la importancia de la pronta respuesta de su ex-agente... y sus inquietantes repercusiones.

Apura su Dry Martini y desciende por las escaleras. Conecta su ordenador portátil y consulta los vuelos para Madrid. Adquiere unos billetes.

Se recuesta sobre el sillón y suspira, sabiendo que, en cualquier caso, ya nada será como había sido antes.

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