17 mayo, 2009

TIEMPOS


"En la cruz de tu candado, por tu pena yo he rezado, y ha rodado en tu portón una lágrima hecha flor de mi pobre corazón..." (Nada. José Dames).

El olor de la lluvia caída durante la noche aún pervive en la madrugada.

En el jardín, como reina del lugar, se alza una bella orquídea contoneándose por el viento que baila con suma delicadeza.

Los pasos del hombre son suaves, leves, marcando apenas la hierba húmeda, notando como, progresivamente, sus zapatos se calan.
Nada parece importarle.

De las entrañas de una madrugada que se ha convertido en desasosiego, parece llegar el cántico lejano de una jauría eterna que, representación cruel de la más pura estantigua, se acerca hasta él.

Siente pesar y se interroga sobre el punto común que ha desperdiciado, tantas veces, por confluir en un tiempo negativo, inadecuado, inapropiado... maldito. Pero reconoce que, en determinadas encrucijadas, no sería capaz de percibir mejor salida que la vivencia (si es que cabe alguna otra) y el dejar fluir (no sabe abandonar su compromiso con la honestidad).

Y la orquídea se le antoja como la más bella creación de la faz de la tierra. El elemento que derrocha un suntuoso primor, esencia destilada del sentimiento más hondo y real.

Recuerda la flor de su deseo, la de la mujer deseada y, como en un sórdido empellón, vuelve a su mente aquella otra, la de la mujer amada... Es un impacto brutal, repentino, como los haces de luz de los vehiculos que golpean a los ojos tras una curva inesperada.

El intervalo es mínimo... pero existente.

Comienza, de nuevo, a llover. Deja que el agua, fría, le bañe la frente y mira a la flor que, indefensa, recibe el bombardeo del cielo.

Pretende vaciar sus recuerdos de imágenes que le motivan todo tipo de sensaciones... Asume cierta culpabilidad, pero todo es en vano.

La orquídea no aguantó el chaparrón y sus pétalos permanecen, aún vivos, arrastrados en la hierba, escuchando, quizá también, a lo lejos, el anuncio que presagia la muerte.
Su responsabilidad le inquiere a que pisotee los pétalos, pero su sentir le hace bordearlos, sin reprimir un vistazo que guardará en su memoria por siglos.
Y las lágrimas se confunden con las gotas de agua.

2 comentarios:

  1. Gracias, hermano.
    Crudo. Y real (irreal).
    Gracias de nuevo.

    ResponderEliminar
  2. De sobra sabe que existen azares en los que para ganar una (1) reina es obligatoria (e inevitable) perder otra.

    Y si la Fortuna se torna esquiva, incluso se pueden perder las dos (2).

    Aguante y elegancia, sabio.

    ps: nuestra común osadía casi asola/devasta los sueños (¿alprazolam? o esas porquerías de whisky con naranja... ¿remedios?).

    ResponderEliminar