06 mayo, 2009

CONCIENCIA


Siempre pensó que los segundos posteriores a la entrega de su virgo serían especiales...

Pero no fueron así.

Adoptó una postura reflexiva y, quizá, excesivamente actuada, como pretendiendo llegar a un lugar mil veces soñado por el camino más forzado (y forzoso).

Cuando la inquietud la abordó de una manera violentamente vil y mezquina, se refugió en las canciones que había memorizado de niña, aquéllas que servían para empapelar las paredes de su habitación.

Entre los recuerdos, se coló el aroma del carísimo vino que él había elegido para la cena en el restaurante argentino.

Pero todo, a su alrededor, parecía como una tormenta de luces, repleta de fogonazos que la mareaban y golpeaban, desconcertándola, una marioneta usada a la que la tapa del bául le pilla por el cuello.

Y, ¿de verdad habían sido sólo unos minutos?...

Se acercó a la ventana, para escuchar, desde cerca, el repiquetear de las gotas de lluvia en el alféizar de su vieja ventana.

Recordó una escapada y su negativa a aquella (otra) impredecible invitación a cenar. Asumió la pérdida de sonrisas gratas y abrazos sutiles.

Y, con la claridad con la que se evocan los momentos que desearíamos olvidar, se le apareció la angostura de una tortuosa calle. Al fondo había una pared de ladrillos desconchados sobre la que se encontraba un mensaje pintado en escarlata: "Si consideras que es más sano encontrarse libre de pecado, al menos, guárdame tu primera piedra".

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