10 noviembre, 2010

EL PISO TRECE


Ambos se habían visto.
El espacio era muy pequeño... el aire irrespirable.
Como era habitual, en una de las paredes, un espejo pretendía otorgar una sensación de espaciosidad (inexistente).
Él contó las personas que se agolpaban en el cubículo que ascendía episódicamente.
Por algún extraño (e inexplicable) motivo, completamente ajeno a su voluntad, recordó el cuerpo de una mujer desnuda.
Miró en oblicuo, intentando encontrar sus ojos.
Ella, sin embargo, asentía a una pregunta intrascendente, mientras dirigía su mirada al suelo.
Sonaron tres pitidos cortos y se abrió la portezuela metálica.
Él agachó su cabeza y recordó la primera ocasión en la que se había escondido para leer una novela.
Era una noche de verano, ya en la madrugada, y sus padres le prohibían encender la luz de su habitación.
Bajó hasta el sótano y sintió la humedad de sus paredes.
También una irremediable conciencia de estar contraviniendo una norma estricta...
También algo parecido al pánico.
Pero continuó leyendo.
Ella pidió que alguien pulsara el botón de un piso, el más alto del edificio.
Lo musitó, dirigiendo su voz, nuevamente, a los zapatos.
Él se concentraba en contar los tornillos que sujetaban la placa metálica que hacía las veces de techo.
Trece.
Se sorprendió recordando que algunos edificios norteamericanos saltan, en su numeración, ese piso.
Creía haberlo leído en alguna revista generalista, en un reportaje de fondo, posiblemente, sobre las tendencias de la nueva arquitectura.
Podía haberlo soñado.
La voz grabada anunció la quinta altura.
Él se adelantó y bosquejó una funcionarial despedida.
Se sintió herido.
Confuso y golpeado.
El poliedro continuó su ascenso.
Hermético. Lejano.
Quiso imaginar lo que estaba sucediendo en su interior.
Incluso deseó poder penetrar en ese cúmulo de conexiones eléctricas que principiaba sus movimientos (los de ella).
Se sintió pequeño.
Tomó un cuaderno de notas.
Contó las páginas en blanco y le sacudió la incertidumbre al concluir la operación.
Trece.
Comenzó a escribir.
Una lágrima cayó en la página en blanco.

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