08 noviembre, 2010

LA CAFETERÍA


Desayuno en una cafetería que no había frecuentado jamás.

La camarera es una oronda mujer que suda con barbaridad y ostentación.

Un mendigo se ha levantado de los cartones en los que dormía y pretendía entrar al recinto.

La mujer le ha enarcado una ceja... y el hombre se ha vuelto remiso a su infecto lecho.

El bollo industrial, que me sirve en un plato de cerámica desportillado, creo que ha acabado con mi último empaste.

No me atrevo a cuestionar la calidad de los productos.

Leo con indiferencia la sección de Internacional del periódico.

Un niño sujeta, sonriendo, un arma con el que apenas puede caminar.

Ese chico está muerto, pero aún no lo sabía cuando el fotógrafo disparó... su cámara.

- ¿Estás casado?

La pregunta me sorprende.

Dudo durante varios segundos. Más de los que la camarera debe de considerar oportunos.

- Vamos, pequeño, no pienses que voy a violarte en el almacén... eso solo pasa en las películas.

Imagino que todo es un escenario, que las luces golpean fuerte en mi cara y que el director no se atreve a decir "corten" mientras la obesa mujer me arrastra susurrándome obscenidades.

- Soy virgen...

Mi respuesta es estúpida y supongo que desatará un torrente de ira.

Pasan los segundos... y no sucede nada.

El mendigo ha vuelto a levantarse y quiere volver a entrar.

- Voy a matar a ese estúpido...

El torbellino abandona mi presencia y se dirige a la puerta de entrada.

Tropieza. A punto está de caer.

Se recompone y golpea en la cabeza, con un cenicero, al desharrapado.

En el monitor, que sin voz proyecta imágenes en uno de los rincones de la cafetería, están pasando un concierto.

Quizá de los Rolling.

Vuelve.

Me mira fijamente.

- "Son 3,15... Y márchate".

Dejo un billete de cinco sobre la mesa.

Pliego el diario y lo acomodo bajo mi axila.

- "Eres un maldito niñato..."

Escuchó sus gritos cuando me alejo y descompongo mi figura pensando que, en unos segundos, un cenicero alcanzará mi cabeza.

- "Un maldito niñato... virgen".

La puerta suena a herrumbre.

El mendigo me pide limosna.

Le dejo caer el periódico.

El hombre musita un "gracias" que, posiblemente, no sea del todo fingido.

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