28 noviembre, 2010

EL SOLITARIO


Pudiera ser.

Sí, maldita sea, me reconforta más pensarlo así.

Quizá esa última mirada no significara un adiós.

Pudiera ser.

Quizá los vapores etílicos de los vodkas sin hielo propiciaron un epílogo sin palabras, ni fechas futuras...

Nada es desdeñable cuando deseas que la herida de tu corazón suture con puntos de nostalgia y evocación.

Pudiera ser.

Lo repito noche tras noche, mirando distraido, por séptimo día consecutivo, la misma película que quedó encendida en el reproductor de DVD.

Y, en la nebulosa de los recuerdos, me repito que el veredicto fue desolador e irrecurrible.

Me siento al piano.

Arranco unas notas vacías y despiadadas que escapan por el corredor hasta encontrar el hueco del cristal roto de la ventana.

Pudiera ser.

Hoy se lo he confesado al viejo e infame portero que se masturba enérgicamente ante el visionado del nuevo catálogo de lencería que el certero comercial dejó en la entrada.

Ni siquiera me ha mirado.

Ni siquiera se ha molestado en cubrir su doméstico alivio.


Pudiera ser.

Lo repito en mi agonía tranquila.

Sufrida en pulsaciones aquietadas a tu ausencia.


Y me descubro como el mayor impostor.

Como el estúpido jugador que altera el orden de los naipes del mazo del solitario que juega.

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