21 febrero, 2010

LAS PROFECÍAS


La pitonisa me advierte que la maldad habitará nuestros encuentros.

Y desconfío sobre la referencia subyacente en ese "nuestros".

Los cristales de la bola se rompieron en un ataque de pánico insostenible...

Los teléfonos de citas nocturnos están desconectados o nadie atiende a las llamadas.

Puede que todo, en la vida y en los sueños, sean imágenes... reales o ficticias, imaginadas o vividas... o más que vívidas.

Las profecías aciertan cuando el mar está en calma y la tempestad se genera en un apartado rancho de la Patagonia en el que plantaría flores para despertarte con su olor todas las mañanas.

Imágenes...

Retazos de una irrealidad creíble.

Sospechaba que una versión acertada de tu definición, me colocaría en el medio de ninguna parte, que es el lugar ocupado por el espíritu del samurai que elude los enfrentamientos en busca del eterno Bushido.

En mi mente, resuena una bella voz que me señala la bondad del seguimiento de la advertencia de la futuróloga...

Pero...

Las imágenes se trastocan, en su lugar, todo se cubre con un indefinible perfume que arrastra un terrible picor a mi nariz.

Y todo ocurre a cámara lenta...

Con esa percepción insana que dejan las noches sin dormir, sin el calor de la mujer a la que se ama o ayunas de las canciones y el abrazo compartido de los más seguros hermanos.

La vieja que aguardaba a la salida de la Catedral oteó el horizonte.

Me tendió su mano y, aguantándola con firmeza, me regaló, en un susurro, un consejo furtivo.

Cuando fui a pagar, ella huyó.

Y dijo que había visto al diablo en mis ojos, corriendo despavorida calle abajo, intentando mantener su equilibrio entre las piedras redondeadas.

Cuando releí las profecías, todas las palabras habían sido borradas y, en su lugar, se dibujaba un sable samurai, en cuya hoja, reposaba una tierna y delicada mariposa.

Y desmayé.

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