01 febrero, 2010

EL CUERPO AHOGADO




Permítanme que les narre una historia.

Les advierto, de antemano, que no tendrá un final al uso.

No encontrarán un desenlace que pudiera concluir o culminar la manida sucesión de planteamiento y nudo.

De hecho, el final de la historia no reviste, al menos por ahora, importancia alguna.

Es más, quizá ni lo que sucede en la misma secuencia es relevante, salvo, posiblemente, como contrapunto a lo que, por su causa, resulta imposible de acontecer.

Como suele ser habitual, los personajes (principales) se muestran ajenos a lo que podría suceder e, incluso, a lo que está ocurriendo unos cuantos metros más allá, fuera de su limitada, por humana percepción.

Obviamente, los secundarios ni tan siquiera se plantean la gravedad de lo que pasa.

Sin embargo, mientras viven (los principales), sus pensamientos no pueden apartarse de esa realidad que existe, pero se les escapa por momentos.

A. pasea junto a una mujer por una concurrida calle en la que las luces de los comercios le enceguecen.

Aunque sus palabras confluyen en la conversación con la de su acompañante, sus pensamientos visitan otros lugares.

B. intenta mantener una diatriba insostenible, y quizá excesivamente acelerada, sobre algún tema de rabiosa actualidad.

A pesar de imprimir todos sus esfuerzos, el hilo de la charla hace tiempo que le sobrepasó. En su interior, estima que algo le ronda la cabeza y la desequilibra.

A.no puede parar de pensar en B.

B. piensa en...

Bueno, ya saben, al igual que los designios divinos, los pensamientos de esas mujeres tan especiales son francamente inescrutables.

Los cuatro caminan.

En la piscina situada en el ático del hotel, un cuerpo permanece ahogado entre el agua congelada.

A. miente al responder una pregunta que, a bocajarro, le dispara la mujer que camina a su lado.

Y, sin embargo, en su fuero interno considera que está abrazando a la honestidad.

B. ha sonreído y, al instante, ha sentido como si un recuerdo la devolviera a otro escenario...

Piensa en barreras, en obstáculos, en imposibilidades... y en su pertinaz incapacidad para resolver sudokus. Es incierta, pero es una forma más poética de su recurrente práctica de plantear preguntas y eludir contestarlas.

A.comprueba su reloj.

B. lanza su mirada al cielo.

Pasean, separados, a buen seguro, por unos pocos edificios.

Es indiferente que en el ático de uno de ellos un cadáver congelado sonría con una mueca demoníaca.

Es domingo, los niños juegan con sus globos, encorsetados en abrigos y bufandas.

A. se despide de esa mujer.

B., tras lanzar un rápido adiós, enfila hacia su casa.

El rigor climático continúa haciendo añicos sus sueños.

A. desgarra una hoja manuscrita.

B. elude ciertos compromisos pendientes.

El hombre y la mujer que acompañaron a A. y B. estiman que tienen oportunidades.

A. y B. divagan, ensimismados, respecto de sus oportunidades.

En Madrid, la noche vuelve a presentar un viento frío.

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